sábado, 15 de octubre de 2022

Castigos

       En esto de la educación, y más concretamente en la relación profesor-alumno, hubo un tiempo en el que se solía decir (alegremente las más de las veces) que "la letra con sangre entra". Hace ya más de 50 años que aprendí la tabla de multiplicar... Hasta el cinco la cosa fue bien pero con la tabla del seis empezaron las dificultades... Había otro compañero en la misa situación que yo y el maestro nos ponía de pie junto a su mesa de frente al resto de los alumnos y el se situaba entre ambos con los brazos extendidos y sus manos a la altura de nuestros cuellos; cuando notabas una leve presión de sus dedos comenzabas a recitar... seis por cuatro, veinticuatro; seis por cinco, treinta; seis por seis, treinta y seis; seis por siete... seis por siete... Al segundo titubeo ¡plaff! colleja, y seguía el otro... seis por siete, cuarenta y dos; seis por ocho, cuarenta y ocho; seis por nueve... seis por nueve... ¡plaff!... otra colleja que administraba D. Francisco y así hasta que muchos números y muchísimas collejas después llegamos al diez por diez, cien. ¿Victoria? ¿Liberación? No lo sé... pero ya no serviríamos de atracción para los compañeros.

      Cuando hice 4º de primaria los sábados por la mañana teníamos clase... bueno, clase clase, no: el maestro leía el evangelio del día y nosotros hacíamos un resumen y un dibujo relacionado con la lectura divina... y después íbamos a misa. Como D. Andrés se encargaba de preparar la capilla nos dejaba solos y cuando volvía le enseñábamos lo que hecho. Pero un día... un día cuando regresó nos pilló en plena batalla de bolas de papel. No dijo nada. Se sentó y rebuscó en los cajones de la mesa. Cogió un compás de madera de los que se utilizan para dibujar en las pizarras y nos fue llamando uno a uno y si no habías terminado la tarea extendías la mano y allí el maestro descargaba un golpe con el compás. Cuando terminó nos dijo que termináramos lo del evangelio... Era tanto el dolor que tuve que ayudarme con la otra mano para poder sujetar el lápiz.

      En ninguna de estas ocasiones brotó sangre alguna de mi cuerpo pero en mi alma siempre habrá algunas gotas.